la frase del momento

"¿No es la cerveza la bebida de la sinceridad, el filtro que disuelve toda hipocresía, toda la comedia de los buenos modales, e incita a sus aficionados a orinar sin pudor y engordar con despreocupación?"

M. Kundera


miércoles, 28 de febrero de 2007

La inmensa sabiduría de las culturas más sencillas

Permitidme compartir con la red la inescrutable sabiduría del pueblo de los Canelos del Oriente selvatico ecuatoriano que he podido extraer del relato del viaje de un dominico decimonónico por la zona. Apreciad como se merece semejante maravilloso manifiesto:

Nosotros, hombres de las selvas, hemos nacido para beber, para emborracharnos, para vivir sin trabas: tú no podrás cambiar nuestro destino.

Sublime proclama del cortoplacismo, de la que nos sentimos infinitamente tributarios. Qué injusto trato ha recibido toda una serie de pueblos iluminados con la Verdad por parte de culturas degeneradas y viciadas por perversiones alienantes. Notad cuánta mezquindad, bajeza moral por parte del padre Pierre:

Esta reflexión de un materialismo abyecto que he sorprendido muchas veces proferir los labios de estos desventurados resume todas sus aspiraciones y es su única filosofía.

¡Cuánto desprecio por la vida!

Nos vemos obligados a hacer notar el necesario homenaje que se merecen todos aquellos pueblos que no han necesitado de un banal progreso para encontrar el camino a la felicidad.

lunes, 19 de febrero de 2007

Del bosque de tu alegría

Porque de ti volví a aprender el nombre de las cosas.
Porque de ti volví a aprender lo necesario.
Pan, casa, destino, camino.
De ti volví a aprender.
Del bosque de tu alegría.
De manos de tu sereno misterio.

Quedaba mucho por hacer:
arreglar la huerta,
hablar con los perros,
pasear por las orillas del otoño.
Quedaba mucho por hacer.
Quedaba mucho.

Porque de ti volví a aprender lo necesario.
A prescindir de lo inútil,
que nada es precario.
Del brillo de tus ojos
a disfrutar el tiempo lento.
Y cuatro cosas útiles de tu gesto cierto.

Y muchas cosas más de ti aprendí.
Y quedaba mucho por hacer.

A tirar el lastre de eso que es la existencia.
Del tráfico, del peso de los lunes.
Gris, cielo, hoguera, camino.
De películas malas.
A robarle el tiempo al minutero,
que los relojes matan el tiempo.

Quedaba mucho por hacer:
recoger los sueños en las noches frías
como cuando no hay peces
recojo las redes vacías.
Quedaba mucho por hacer.
Quedaba mucho.


Aprendí a sumar lo lógico y lo incierto.
A poner la mesa.
Aprendí a tolerar la presencia necesaria
de las arañas.

Aprendí a soportar sólo lo soportable.
Y quedaba mucho por hacer,
rechazar el tedio, luchar contra él.
Y quedaba mucho por hacer.

Limpiar de malas hierbas el prado,
arrancar las rejas y cercados.
Hacer montones: perros con gatos.
Hacer montones: soles y estrellas.
Borrar las señales de vuelo
para que los pájaros sean dueños del cielo.

Y quedaba mucho por hacer,
Y quedaba mucho por hacer,
Y quedaba mucho por hacer,
Y quedaba mucho por hacer...

Manolo García.
Arena en los bolsillos, 1998.

viernes, 16 de febrero de 2007

La dictadura del sueño ligero

Las ciudades y, más aún, las metrópolis son núcleos específicos, dicho así, a grosso modo, de interacción humana. De esta forma, cuanto más importante es una ciudad más diversos son sus usos y más diversa la gente que la frecuenta. Por esta razón casan tan mal los nacionalismos en una metrópolis y, concretamente, en Barcelona. Un espacio destinado para el contacto a gran escala difícilmente puede casar con la vocación uniformadora de los nacionalistas.

Pero éste no es el único conflicto que genera la amalgama que es una ciudad. Más complicado resulta armonizar las múltiples actividades que se desarrollan en ese espacio acotado. Por remitirme a un ejemplo, recurro a mi experiencia vital(imagino que ya consta mi egocentrismo, particularmente manifiesto en este blog): todas las mañanas salgo despendolado para llegar a mi odiado puesto de trabajo (puto castigo divino) y me las he de tener para esquivar en la Rambla a las contemplativas hordas de guiris que acuden a la capital catalana a gozar de sus joyas arquitectónicas, de su benigno buen clima y paladear su paella revenida con sangría aguada. No cabe duda que me tocan los cojones y, siempre en silencio, me cago en su puta estampa. Con todo, soy plenamente consciente que carezco totalmente el derecho de quejarme. Cada cual lleva a cabo su actividad y, ciertamente, si no quería el mogollón que genera el turismo me tenía que haber ido a vivir a Nou Barris o, mejor aún, a La Fatarella.

El ejemplo que he puesto es banal y meramente explicativo. Pero hay otros ejemplos equivalentes de choque de actividades urbanas que son saldados con la imposición y que son de plena actualidad. Efectivamente me refiero a la cruzada del silencio que han emprendido unos cuantos sectarios. Para justificar su dictadura apelan al derecho al descanso, de una forma, todo se ha de decir, un tanto torticera. Su apelación a semejante derecho resultaría equivalente a mi apelación en el caso de los guiris al tránsito. Lo que realmente están reclamando es la imposición de las condiciones de descanso que ellos desean. Es decir, como si yo exigiera que el paso en las ramblas de buena mañana fuese rápido. Tal exigencia resulta totalmente injusta ya que son igualmente ciudadanos la gente de bien que se acuesta a las diez de la noche y desea un absoluto silencio nocturno como los maleantes que gustan de gozar de la noche para su esparcimiento. Como ya he dejado claro, vivo en un barrio de fuerte actividad nocturna y ciertamente bajo la ventana que da a mi alcoba todas las noches hay sonora jarana. Ocasionalmente me despierta el ruido y tras experimentar una insana envidia por la juerga que se montan algunos mientras yo me preparo para la tediosa jornada laboral del día siguiente, me doy media vuelta y continúo con mis ronquidos. Si algún día me cuesta más conciliar el sueño recurro a algún truquito, como ponerme musiquita relajante. Ahora, lo que no se me ocurre es clamar contra los que deambulan por la calle porque ya sabía qué tipo de actividades se desarrollaban en la zona. Si quiero edificante silencio me cambio de barrio o, si ya la cosa a niveles extremos me traslado al bucólico campirri.

Entiendo que ante la compleja diversidad de una ciudad hay que buscar la fórmula para armonizar las aspiraciones de todo colectivo al máximo, pero no cabe recurrir a la imposición y represión, sobre todo, en este caso, desde una postura revestida de tintes moralistas, estigmatizando a aquellos que no siguen la visión de la calle como un mero espacio para el tránsito. Si nos ponemos en reivindicar la limitación del ruido por cuestiones de salud pública deberíamos denunciar el tránsito, las sirenas, el camión de la basura, los aviones... y tener estas consideraciones para cualquier hora del día. Cuando yo trabajaba la noche tenía un vecino al lado que gustaba del bricolaje matutino y a las ocho de la mañana ya me martirizaba con el taladro pared con pared. Mi descanso tras una dura jornada laboral se conoce que merece menos respeto. Yo, desde luego, lo sufrí en silencio.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Una apasionada lucha contra la contaminación discursiva

El silencio se ha apoderado del Piso Franco. No es que no tengamos nada que decir, al menos, comparado con la literatura acumulada. El Piso Franco es un estado de ánimo de irrefrenable excitación(en todos los aspectos de la palabra) que nos obliga a compartir una arbitraria muestra de nuestras banales inquietudes y la serena rutina de estos días invita poco a la expansión cibernética. Sea el invierno o el delicado placer de saborear esta intimista rutina, está claro que será un no sé qué pasajero, no sé si como el mañana que anunciaba don Antonio Machado, pero efimero, igualmente.

No obstante, con el fin de prevenir una indeseable atrofia, me debo a mi, tal vez inexistente, público, de tal forma que hago de tripas corazón y me consagro a mi compromiso con la red.

Con todo, ruego que no se me estigmatice por caer vilmente en este perverso vicio de mancillar con ruido innecesario el escaso bien que es el silencio. Lo asumo. De hecho, soy el primero en denunciar y aprovecho la oportunidad que me brinda este foro para hacerlo públicamente, este perverso vicio(mucho más despreciable que la adicción al pegamento o las anfetas), máxime cuando viene motivado por el aún más depravado y aborrecible de la vanidad incontenible que lleva al insustancial a llenar el maltrecho silencio con el vano ruido que emana de su boca, estupefacto de oirse su aterciopelada voz, mortifica al común de los mortales con interminables circunloquios que llevan irreversiblemente a la nada.

Quiero infundir en el corazón de las personas sensibles la irrenunciable idea de que, la peña, cuando no tiene nada qué decir, más bella luce calladita. Ahora está muy en boga el tema de la contaminación acústica (reivindicación que tiende a la más denunciable de las imposiciones y que, descuidad, no tardaremos en tratar), pero yo creo que urge muchísimo más, por eso de la salud pública, atajar, en la medida de lo posible, la más perjudicial contaminación discursiva.

Permitidme la grosería (que las disfruto, ¡caramba!), pero si bien tiene que ser harto desagradable que te eyaculen en la cara, una eyaculación de Ego, como la que demasiados nos tienen a bien aplicar, resulta mucho más envilecedora y entiendo que la única forma de restituir el equilibrio de los humores es asesinando al degenerado que carece de los más elementales principios de civismo.

Así que ya sabe el común de los mortales. Cuando un suegro o, dios sabe quién, empieza a engolar su voz y lanzar diatrivas insustanciales y eternas cuenta con nuestro más sincero respaldo para darle una sonora colleja. De hecho, nos comprometemos para darle asesoría legal siempre y cuando no nos cueste ni un duro y no nos dé nada de trabajo.

jueves, 1 de febrero de 2007

Del anacronismo parlamentario y la invasión callejera

Hace tiempo que sospecho que la brecha ciudadanos/políticosprofesionales se debe a la falsedad inherente a esta "nueva" clase social. Hoy, sin embargo, he tenido la suerte (sí, sí, he dicho suerte) de asistir a un pleno de una institución política representativa regional, el llamado Parlament de Catalunya.

Si hasta hoy sospechaba, ahora sé a ciencia cierta: los parlamentos son una pantomima.

Trataré de ilustrar mi opinión con un ejemplo visual de la reunión de hoy, que en tan alto grado hará cambiar nuestras vidas gracias a la bondad de los generosos representantes del pueblo llano.

Se debate la enmienda de un grupo parlamentario a una propuesta de ley determinada. A la palestra, el portavoz del citado grupo explica la motivación de su enmienda. En el hemiciclo, más asientos vacíos que ocupados; muchos más. En la cafetería, poco sitio. Los pocos diputados que calientan su escaño hablan con el de al lado en el mejor de los casos. El resto, se pasean arriba y abajo, dialogando con otros diputados e intercambiando incesantemente papeles que quiero presuponer relacionados con la enmienda en cuestión. Lamentablemente, más tarde me confirman que no existe tal relación.

Van tomando la palabra los portavoces de los distintos grupos. La situación es parecida, denotándose mayor volumen de rumor durante las intervenciones de los partidos más críticos con el gobierno. Un diputado de la oposición, otrora dueños de la región, habla incesantemente por móvil espatarrado en su butaca. Otros son más decorosos y entran y salen de la sala constantemente.

Finalizados todos los turnos, el Presidente del órgano proclama: "Vamos a proceder a la votación" y, sorpresa la mía, no prosigue, sino que aguarda paciente. Oigo sonar una alarma al exterior de la sala y en cinco minutos el hemiciclo se convierte en un hervidero donde no queda un asiento para el bedel. Ahora sí, el Muy Honorable enuncia las propuestas sometidas a votación y propone asentimiento. Dado que no hay manifestación alguna, todo queda aprobado sin más.

El Presidente da paso al siguiente punto del orden del día y toma la palabra un simpático diputado, que pretende explicar su original y amable propuesta para expandir el uso de Internet en la administración. Tristemente, no logro escucharle, porque desde que empieza su discurso la sala se vuelve a convertir en un comedor de colegio donde todo el mundo habla y se mueve, hasta que en breves minutos el hemiciclo ha quedado vacío casi por completo, mientras el diputado prosigue impertérrito.

La escena se va repitiendo porfiadamente, en ocasiones con votaciones de verdad. Durante estas, los portavoces de los distintos grupos mantienen levantado un brazo, unos el izquierdo, otros el derecho, en el que señalan visiblemente con uno o dos dedos el sentido de la votación a sus despistados compañeros de partido, que evidentemente no saben qué están votando.

Todo ello me hace pensar, atónito, en el anacronismo que representa un parlamento. Hablar, lo que se dice hablar, se habla. Aunque es un poco como hablar a las paredes. Al fin y al cabo, todo lo que se va a decir ya está establecido y comunicado de antemano y las votaciones están cerradas.

La reunión física, el desfile de portavoces, incluso el solemne acto de representación activa, se reducen a un absurdo teatrillo, a una hilarante pantomima. Reír para no llorar.

¿Por qué no votan por Internet y dejan de dar la brasa?

Tanta abulia en el ejercicio de su responsabilidad política no me provoca más que una profunda desazón y pienso en lo absurdo del sistema, que diría la Sra. Mayol y me anima a manifestarme mediante otras vías, alejadas del marketing político: los movimientos cívicos, plataformas, asociaciones...

Pero, qué fatalidad, descubro zozobrado que la desidia mostrada por los partidos en el ejercicio de su representación política en las instituciones se ve reemplazada, inesperadamente, por el control político y la manipulación partidista de los movimientos cívicos. Desde asociaciones de vecinos o de inmigrantes, pasando por asociaciones llamadas "de mujeres", colectivos juveniles y sindicatos, hasta asociaciones de víctimas.

¿Tal es el alcance del poderoso marketing electoral? ¿El trabajo que no realizan responsablemente los políticosprofesionales se sustituye por la presión pública de una falsa sociedad civil?

Me resisto a creerlo, pero como soy contumaz y padezco de insomnio, me da por revisar los boletines y diarios oficiales. Primeras conclusiones: las asociaciones ciudadanas están subvencionadas. Particularmente, las que defienden a ultranza unas determinadas ideologías políticas: precisamente las de los que mandan. Esos, sí, esos que se ausentan de sus escaños cuando toca escuchar.

Cuando un servidor se pone a indagar en mayor profundidad, la galbana se apodera de mi ánimo como cuando la pila de platos sucios sobrepasa ya la capacidad del fregadero y no sabe uno por donde empezar, y es que la red es tan extensa que no descuida ni siquiera los sindicatos de estudiantes, de modo que el marketing se pone a funcionar desde la ideologización del último reducto de adogmatismo, si es que eso ha existido jamás (según el diccionario de la RAE, por lo menos, no).

Dicen, en países en donde se respeta la democracia representativa y la pluralidad política, que los movimientos cívicos sirven para hacer reaccionar a los políticosprofesionales y afrontar los problemas, aunque solo sea a la caza del voto. ¿Estarán los movimientos cívicos en esos países orquestados por los propios partidos políticos, como aquí?

Permítaseme dudarlo en compañía del último té de la noche. Nos queda tanto por aprender... ¿o es que ya lo hemos olvidado todo?