la frase del momento

"¿No es la cerveza la bebida de la sinceridad, el filtro que disuelve toda hipocresía, toda la comedia de los buenos modales, e incita a sus aficionados a orinar sin pudor y engordar con despreocupación?"

M. Kundera


lunes, 22 de septiembre de 2008

El peso de la Historia

Desde la crisis de 1973 han dominado el escenario económico planteamientos llamados, con mayor o menor acierto, neoliberales, que tendían a menospreciar la intervención de los poderes públicos en el funcionamiento de la economía, en oposición al anterior paradigma surgido del famoso crack del 29, personalizado en el más famoso economista del s.XX, John M. Keynes y, no nos engañemos, con la vista puesta también en el comunismo.

Estamos hablando, pues, de posturas ideológicas que partían de la misma debilidad conceptual que se le había apreciado por sus opositores en los últimos 35 años pero el peso y el paso de la Historia ha sido inaplacable como una locomotora o un jugador de rugby. Discutir sus postulados era poco menos que ser un trasnochado. Pero como diría aquél con ese lenguaje que también sonará trasnochado, las propias contradicciones del sistema han puesto en evidencia estas dosis de hipócrita ideología (como diría ese decimonónico materialista con ese atino que le caracterizaba)que realmente encerraban intereses de clase (ay, las clases sociales, ese otro concepto que tantos pretenden también trasnochado). No se ha impuesto la alternativa, sino la demanda de intervención e incluso suspensión del libre mercado, cágate lorito, ha venido precisamente de quien ha ejercido de paladín del asunto.

Se repite con diametral elocuencia: tratan privatizar beneficios y socializar pérdidas. Pues claro, y ahí van los EE.UU. a inyectar, por lo pronto, un billoncete de dólares públicos para arreglar el desaguisado. Me parece correcto, quien tiene que responsabilizarse de los platos rotos es el que ha permitido que se hiciera equilibrismo con ellos. Más les vale tomar nota de que el mercado no es un virtuoso y, prácticamente, celestial equilibrio con un funcionamiento bello y armonioso cual gravitación universal. La coña falla cual castillo de naipes y más habitualmente de lo que pretenden hacer creer, lo que pasa es que normalmente no afecta a la cúspide del entramado, sino a los que pinchan y cortan menos.

EE.UU. quizá ha elegido mal momento para darle tanto juego a los equilibristas si no es causal la coincidencia. Con el orden mundial heredado del fin de la guerra fría en discusión, con China empezando a dar miedo a las potencias de siempre, la asunción de deuda a saco que apunta que implicará la acción puede ser crítica para su posición hegemónica. Con todo, no da la impresión de que se esté progresando, sino una mera dialéctica heraclitiana sin síntesis superadora que, como mucho, puede llevar al colapso del sistema con tanta confusión. Quién sabe, a lo mejor Marx al final tenía razón, sólo que tenía prisa. Ya pasa con la Historia.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La tal Conchita, crítica de cine

Para un ser que tiende al solipsismo como el que esto escribe, el invento decimonónico éste de la radio es una de las pocas ventanas virtuales (más allá de las reales que muestran, como entretenido reality show, el lumpen proletariat que preside la calle) que permiten contactar con eso que llaman la sociedad. Normalmente estas ventanas virtuales me reafirman en mi irredente solipsismo. Con la coña le hemos cogido gustillo a radio ciutat vella por su exquisita habilidad de mezclar jazz con death metal. Agosto, con ese delicioso aire de provisionalidad que destila, nos permitió disfrutar de la ausencia de verdadera programación y nos brindaban el ya mencionado hilo musical a todas horas, para solaz de los moradores del piso franco.

Desgraciadamente, con el septiembre, hemos vuelto a la tediosa normalidad, también en la programación. He tenido el placer de escuchar un programa sobre cine, llamado, no sé si irónicamente, Gran Angular, que tiene la dudosa habilidad de dotar de significado perfecto, cual mundo de las ideas de Platón, el término de radio de aficionados. Inigualable la destreza en contar improvisadamente películas de forma desordenada, abundando en la imprescindible muletilla no me acuerdo bien. Ha resultado particularmente entrañable ya que recordaba aquellos tiempos de infancia en los que ibas al cine y no contabas con suficientes recursos cognitivos para explicar luego a tu madre el argumento de la peli coherentemente.

Ha sido tal la falta de pericia que ha servido para divertirse especulando sobre el criterio de elección de los locutores. ¿serían los únicos que pasaran por ahí que se ofrecieran para ir regularmente al cine? ¿sería la suegra de algún capitoste de la radio (me refiero a la tal Conchita, que en sus inefables intervenciones era inevitable recordar a la típica tieta bocazas de turno) emperrada en difundir por las ondas hertzianas sus burdas y casi chavacanas opiniones cinematográficas? El mozo que la acompañaba, aparentemente más sensible y con mayor educación cinematográfica, parecía apenas poder disimular el sofoco y el tedio de tener que aguantarla. Si los responsables se encuentran con la casualidad de leer estas lineas, les ruego que contemplen la posibilidad de sugerirle a la tal Conchita que pase las tardes de miércoles jugando a la butifarra o a lo que tenga a bien la buena mujer.

La intervención estelar de la tal Conchita ha estado en su crítica de la lamentable película de Woody Allen Vicky, Cristina, Barcelona que la ha basado en hacer patente su indignación por mostrar, y cito textualmente, que Barcelona es España. Resultaría chocante si no fuese habitual por estos fueros, tanta consternación por la ausencia de la lengua catalana para hablar de la "identidad barcelonesa" (ella sabrá qué carajo es eso) por parte de un gringo que ahora empieza a salir de Manhattan (y apenas como turista), expresada por una señora que habla un catalán tan macarrónico, con una fonética y un léxico, trufado, mira tú por donde, de castellanismos de una forma bochornosa. Elocuente ha sido el momento en el que, explicándonos con su salero particular una peli de vaqueros, ha preguntado cómo se decía en catalán bandidu y ha empezado a soltar sinónimos en, claro, castellano: forajido, delincuente... Alguien le podía haber aclarado, para evitarle tan mayúsculo ridículo, que bien puede decir bandit en la lengua de Pompeu Fabra (yo imagino el dulce sadismo de su compañero callándose como un putas). En fin, retales de la Cataluña real. Uno a veces olvida a qué viene su animadversión al nacionalismo y ya me acuerdo: es mero cansancio por una impostura ridícula, gratuita y arrogante.

Hablando de ridículo, voy a aprovechar para no dejar de comentar por qué me resulta lamentable la dichosa peli de Woody Allen sin haberla visto. Ante todo por el lamentable espectáculo ofrecido por las fuerzas vivas locales de torpe provincianismo a lo bienvenido Mr. Marshall haciéndole la rosca al cómico neoyorquino (qué circunloquios más periodísticos, pardiez) por salir en la afoto, pagándole millonadas para que haga su populista peliculilla barcelonesa (supongo que como mera excusa de gozar de unas vacaciones pagadas en una ciudad de moda), por parte de unos politicastros que se llenan la boca con eso de apoyar la cultura catalana, pero a la hora de la verdad, ya vemos.

sábado, 13 de septiembre de 2008

La extraña droga del hiperactivo

Aaaaaaaaah, qué placer, tras muchas jornadas de absurdo estrés, propiciado por la necedad inútil del DEA, vuelvo a disfrutar de mi holgazanería para que mi voluble capricho disponga con el menor de trabas posible.

Qué gran verdad que las grandes ideas vienen del ocio, algo a tener en cuenta en estos tiempos hiperactivos que corren, en los que nos imponemos voluntariamente actividades, aunque sea a través del eufemismo de aficiones o hobbies, para evitar conocernos y entendernos en nuestro medio. Al respecto recomiendo la lectura de la lentitud de Milan Kundera donde explica con su gracia particular las prisas como medio de olvido o de huida ante la reflexión.

Hay que aprender de los bichejos que, en su inmensa sabiduría, una vez satisfechas sus funciones vitales, ya sabes, mantenimiento del metabolismo y reproducción de sus genes, desconectan el organismo, apagan todo aquello que no les haga falta, es decir, duermen. Animal extraño, el hombre moderno, tan necesitado de actividad, con lo bien que hacen los bosquimanos !kung, que con unas 3-4 horas ya lo tienen todo hecho. ¿Será algo de esta absurda sociedad de consumo? Sin duda. ¿Cuánto tendríamos que currar si nos dedicaramos sólo a lo fundamental?