El componente fascistoide de la higiene
Reconozco públicamente, con la misma vergüenza expresada por Günter Grass por su pasado nazi, que me he dejado llevar por la ira al encontrarme un nido de cucarachas en el eso donde se guardan los cuchillos y de un arrebato me he puesto a hacer limpieza- al fin, diréis muchos- en esa roñosa cocina. A golpe de higiene he ido exterminando, con minuciosa saña, todas las cucarachas que se me han puesto a tiro, con el deseo incontenible y no sé si inconfesable, de aniquilar a las cucarachas de la faz de mi cocina. Una furiosa pasión se ha adueñado de mi pecho. Sí, estaba fuera de mí.
Inmerso como estaba en esa lógica higiénica y purificadora, a medida que mis humores volvían a su habitual equilibrio, me he asustado al comprobar el ímpetu, el ardor guerrero que momentáneamente me ha invadido, asomando, de esta forma, el pequeño fascista que todos llevamos dentro. Entonces me he planteado el componente fascistoide de la higiene, esa ansia por limpiar, por dejar impecable, con su elemento estético, esa asepsia artificial, ese odio, ese acabar con la mierda, considerada portadora de todos los males, esa necesidad de sentirse dueño y dominador del espacio. Esa irreal lucha por un mundo imposible donde solo cabe tu pura higiene y que se de da de bruces con un mundo más plural, variopinto e incontrolable. ¿Dónde está la conviviencia con la mierda? ¿y con las cucarachas? ¿Por qué me atribuyo esa cocina si esas inocentes cucarachas pasan más horas que yo, más parte de su vida que yo de la mía en ella?¿Por qué acabar con ellas si son pacíficas e incluso esquivas?¿Por qué ese reguero de cadáveres de cucaracha? Me miro el bote de cucal, me vienen a la cabeza símiles sencillos y me pregunto qué me hace pensar que soy mejor que ellas.
Es difícil mantener un hogar habitable y no experimentar poderosos debates morales. Si a ello le sumamos lo agotador de la actividad, espero que la humanidad comprenda en silencio el estado cochambroso del Piso Franco.