Alienación gastronómica
En aras de nuestro amor por la antropología, El Honrado Consejo del Pisofranco ha enviado un comité al McDonald's de la Rambla a llevar a cabo una sesuda observación participante para disponer de mayor información de tan curioso fenómeno cultural como son las multinacionales de la hamburguesa. Hay que decir que el reto ha llevado al límite a mi organismo, un ejemplo de lo que es capaz de realizar el ser humano por sus ansias de conocimiento, hasta el punto de poner en peligro el investigador su propia integridad física al experimentar consigo mismo, como hizo en su momento, por poner un ejemplo, Marie Curie.
Sí, la experiencia ha sido dura, casi traumática, sólo superada por la compasión que genera el pensar que estas substancias componen una parte fundamental de la alimentación de millones de seres humanos. Mucho más liberadora el hambre, que nos humaniza ubicando en su lugar las necesidades del ser humano. Mucho más envilecedora la obesidad generada por la sobrealimentación a través de esta pseudo-comida. Panem et circenses, que decían aquellos. ¿Pero cómo sería realmente el pan romano?
Gracias a esta vivencia he podido ser más condescendiente con los estadounidenses. He entendido que una población que tiene esta cosa de base de su nutrición sólo puede generar una sociedad disfuncional. Tras ingerir un menú al uso, he sentido el potencial de esos productos de generar alteraciones hormonales, desequilibrios gástricos, perturbaciones mentales... He percibido aterrado que basar mi alimentación en esas substancias me induciría una agresividad que sin duda desembocaría en una sociopatía peligrosa y violenta.
Lo sé, son unas apreciaciones que rayan el lugar común, pero no nos engañemos, una verdad por conocida, por mil veces repetida, no deja de ser reveladora. Las cosas como son, no me las doy de gourmet adorador de las ocurrencias de un Ferran Adrià al uso. Fundamentalmente, concurro locales de comida sencilla: el pollo a l'ast de los filipinos de la esquina, los dürum de los turcos del final de la calle, las tapas de los gallegos de más allá... Comida con fundamento, en definitiva.
Pero estos señores del McDonald's despachan una comida que parece inspirada en las películas futuristas más tétricas y desoladoras (de hecho, pienso en la crepuscular película de Charlton Heston Cuando el destino nos alcance, también comocida en inglés como Soylent Green): Una enorme masa de pan dulce, embadurnada de una aún más edulcorada e indefinida salsa que procuran disimular la falta de substancia de un cacho minúsculo de carne chamuscada, insípida, de textura acartonada. Semejante explosión para los sentidos va acompañada de unos mazacotes de supuestas patatas fritas que resultan harinosas y que van aderezadas, nuevamente, por otra insulsa salsurris almizclada. Al menos tuve la prevención de regar tal engendro con cerveza. ¡Ni imaginar las repercusiones de la mezcla con coca-cola!
Estos establecimientos constituyen auténticas distopías del presente, espacios donde alienar los sentidos del ser humano, y con ello, su espíritu. Cuán importante es la alimentación y hasta que punto deshumanizan estas hambugueserías, sumiendo al consumidor en algo más grave que una infantización, en algo cercano a una bestialización alimentaria, reduciendo el paladar a una mera profusión de azúcares. Qué alienación padecen aquellos que sólo conocen esta cultura gastronómica. Tristes resultan esos guiris que, independientemente de donde se encuentren, acuden, cegados y sin interés por ver otros horizontes, en manada a estos locales.
Sin duda, una nutrición basada en estas aberraciones culinarias sólo puede inducir al embotamiento del individuo. Qué vileza por parte de esos padres que ceden al poder de la publicidad y la comodidad llevando a sus retoños a estos establecimientos. Tan celosas son de la salud pública las autoridades para prohibir las drogas y todavía no han sumido en la ilegalidad estas hamburgueserías. ¡Cuánta hipocresía!