la frase del momento

"¿No es la cerveza la bebida de la sinceridad, el filtro que disuelve toda hipocresía, toda la comedia de los buenos modales, e incita a sus aficionados a orinar sin pudor y engordar con despreocupación?"

M. Kundera


jueves, 13 de diciembre de 2007

La Constitución Boliviana como obra poética

Artículo 1 Bolivia se constituye en un Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, autonómico y descentralizado, independiente, soberano, democrático e intercultural. Se funda en la pluralidad y el pluralismo político, económico, jurídico, cultural y lingüístico, dentro del proceso integrador del país.

Los ciudadanos bolivianos se ven inmersos en un convulso proceso constituyente de impredecible conclusión. Por el momento se maneja un texto que, cuanto menos, brinda unas calidades literarias extraordinarias. Haría, sin lugar a dudas, las delicias de Góngora con su lenguaje alambicado lleno de sutilezas y giros audaces que, ciertamente, ofrecen un verdadero reto para el intelecto. Ahora bien, el prurito esteticista con los conceptos del culteranismo puede ser del gusto poético de algún aficionado al barroco, pero de cara a redactar una constitución puede, en mejor de los casos, generar una confusión paralizante. Una constitución útil, como sin duda desean los constituyentes bolivianos, necesita, ante todo, claridad, para evitar equívocos.

Así pues, a modo de ejemplo, el oxímoron es, desde luego, un recurso literario exquisito y estimulante que le puede ofrecer a una composición lírica una riqueza evocadora considerable, pero una constitución no es un género literario que deba sugerir al espíritu, ni gozar de una amplitud evocadora sino que debe establecer los parámetros precisos que rigen al Estado. Y es que los poetas no pueden ser buenos legisladores, de hecho pueden llegar a ser pésimos legisladores, porque la justicia poética se aleja bastante de la justicia política.

En definitiva, a la hora de llevar a cabo la redacción de un texto constituyente, se tiende en demasiadas ocasiones a confundirlo con una obra poética e incluso litúrgica. Tampoco se debe caer en el error de convertirlo en una descripción de la sociedad a la que responde o una plasmación de los anhelos políticos -o de cualquier índole-, por muy loables, nobles o representativos que sean. En todos estos vicios - y en alguno más que si hay espacio me detendré- han caído los constituyentes bolivianos. Demasiados compromisos, que diría un profesor mío, por parte de los redactores.

Una constitución es algo mucho más prosaico, humilde y limitado. No es más que la norma básica que constituye al Estado y le dota de unos principios de funcionamiento. Cuanto más sencillo y claro mejor, no cabe duda, lo cual no quita que deba atinar en unos principios básicos, pero que permitan un mínimo de flexibilidad a la hora de desarrollar políticas. No se debe pretender, por consiguiente, que resulte una panacea que corrija todos los desbarajustes de una sociedad de un plumazo. Vicio muy habitual en la idealización liberal que ha imperado tradicionalmente en la América Hispana. Debe ser la base, ni más ni menos, para construir un Estado que pueda trabajar en tantos objetivos necesarios, pero siempre el quid de la cuestión está en desarrollar, ahora bien, entre pitos y flautas, todo apunta que los bolivianos van a tener que ser testigos de una nueva legislatura desperdiciada, cuando, realmente, una constitución no debe mucho más que establecer un Estado social de derecho, para lo cual, no nos vayamos a engañar, no se requiere demasiada originalidad, se podría elaborar una constitución modelo para todos los países.

Otro día continuaremos dándole vueltas a eso de "plurinacional", "pluricultural" y demás
hermosos conceptos.

2 comentarios:

El sátiro del Raval dijo...

Hombre, más que idealización liberal, ahí lo que hay es onanismo intervencionista.

Yo estoy deseoso de que se apruebe, porque la inmigración boliviana en España todavía no es muy elevada (en especial la femenina).

En el piso franco, serán bienvenidas todas las bolivianas, sean pluriculturales, interculturales, intraculturales, originarias o ficticias.

El sofista que fui dijo...

A modo de ejemplo, el siguiente artículo publicado a día de hoy en El comercio, diario ecuatoriano, país inmerso también en un proceso constituyente:

Por Fabián Corral B.

Algo pasa con la legalidad en el Ecuador, algo muy grave y persistente. Estamos a punto de dictar la vigésima Constitución y, como siempre, habrá la extendida e ingenua convicción de que, por fin, llegó la felicidad y que ahora sí abrimos las puertas del progreso. Pero, la verdad es otra.

Habrá 20 constituciones y hay miles de leyes inútiles, cargadas de disparate, de intereses y de novelerías. Hay cientos de miles de reglamentos, resoluciones y ordenanzas. Todo eso hay, pero no hay ‘cultura de legalidad’. No existe aquí ese timbre de orgullo de los pueblos civilizados que consiste en cumplir la ley y así afirmar la ciudadanía. Al contrario, seguimos chapoteando en la pantomima colonial aquella de que las normas se acatan pero no se cumplen. Y seguimos con la práctica habilidosa de ‘orillar’ la Constitución con la ley interpretativa, o con simples actos de poder, de sesgar la ley con el reglamento, de derogar el reglamento con el acuerdo, y de tontearle a todo con el memorándum o... con la sentencia. Vivimos, pues, una farsa. Y no acabamos de convencernos de que hay que salir ya de este círculo vicioso y, alguna vez, tomarnos en serio como país.

¿Cuándo para dictar una Constitución se ha hecho un mínimo estudio de la realidad humana y social del país? ¿Cuándo, para expedir una ley, provincializar un cantón o crear un impuesto, se ha examinado objetivamente lo que podría esperarse de la nueva norma? ¿Cuándo se ha consultado la realidad para legislar sobre ella? Nunca. El resultado: la legalidad copiada y postiza, nacida en función exclusiva de expectativas e intereses políticos de las izquierdas o de las derechas.

El resultado ha sido la devaluación de la función pública, el desborde de la administración de justicia, la muerte de las instituciones y la edificación de una burocracia insufrible y de un Estado incompetente. El país se ha transformado en un basurero de constituciones y leyes inútiles, y en un inmenso depósito de palabras huecas.

La precariedad de las constituciones ecuatorianas se debe, en buena medida, al hecho de que se las dicta desde la pura y simple ‘inspiración ideológica’, desde el interés del grupo o del partido dominante, sin tomarse la molestia de, al menos, intuir cómo operará la nueva legalidad sobre la sociedad real, confiando en que la coerción será suficiente para que la comunidad se ajuste a la normativa dictada en la correspondiente Asamblea o Congreso. Esa absoluta falta de realismo encuentra pronta respuesta en la informalidad. Creer que a la sociedad se la puede ‘domar’ a punta de constituciones, leyes y coerción, es una de las tonterías nacionales que no acabamos de superar

La historia del Ecuador es la frustrada búsqueda de identidad legal, es el fallido intento de cambiar las cosas solamente desde la ley, sin formación, comprensión ni educación de la comunidad. Y es el iluso afán de hacer país y constituir Estado de Derecho sin cultura de legalidad, sin verdaderos valores ciudadanos, y solo al calor de las pasiones electorales. Nuestra historia oficial es la crónica de la soberbia pretensión de hacer las cosas desde el poder, de creer que hemos inventado la ley más avanzada, la Constitución más perfecta, el sistema de última moda. En todo esto, el convidado de piedra ha sido siempre la cruda realidad con la que terminaremos tropezando.