Satusfacción
Hoy me he dedicado a una de mis mayores aficiones, uno de esos placeres que te reconcilian con el mundo. Sí, efectivamente, hoy he consagrado la tarde al dolce fer niente, con total voluptuosidad, con mayúsculo descaro. No es que anduviera inmerso en una actividad estajanovista como en otros tiempos, pero sí, me he quitado recientemente de encima una incómoda carga, de esas que te permiten pasar página de una mera fuente de tedio.
Así es, como el lector perspicaz habrá imaginado, ya me he quitado de encima el vano CAP. En breve las autoridades competentes, Dios mediante, certificarán mi supuesta, aunque indudable, aptitud pedagógica, para que pueda campar por los institutos de este país dando lecciones de moderación a los incautos mozalbetes. Con la satisfacción del deber cumplido, casi la misma que debió sentir precipitada y frívolamente nuestro querido Bush cuando osó clamar aquello de misión cumplida (por más que evoque aquello de risión cumplida de los pirados de Mamá Ladilla) con lo de Irak, me he sumido en un gozoso stand by de ocio y siesta, cogiendo fuerzas y espíritu para la siguiente tarea vanal pero ineludible: cubrir el expediente con la parida esa del DEA (menudo festival de siglas pretenciosas y hueras que me estoy tragando), dándole, así, gusto al Estado para que me permita formar parte de sus cohortes.
Tras este paréntesis, aprovechado para compartir con la inmensidad de la red mi dicha, vuelvo a mi actividad ya mencionada, con la deliciosa lectura del bueno de Jacques Le Goff.
Sean buenos.