la frase del momento

"¿No es la cerveza la bebida de la sinceridad, el filtro que disuelve toda hipocresía, toda la comedia de los buenos modales, e incita a sus aficionados a orinar sin pudor y engordar con despreocupación?"

M. Kundera


viernes, 16 de febrero de 2007

La dictadura del sueño ligero

Las ciudades y, más aún, las metrópolis son núcleos específicos, dicho así, a grosso modo, de interacción humana. De esta forma, cuanto más importante es una ciudad más diversos son sus usos y más diversa la gente que la frecuenta. Por esta razón casan tan mal los nacionalismos en una metrópolis y, concretamente, en Barcelona. Un espacio destinado para el contacto a gran escala difícilmente puede casar con la vocación uniformadora de los nacionalistas.

Pero éste no es el único conflicto que genera la amalgama que es una ciudad. Más complicado resulta armonizar las múltiples actividades que se desarrollan en ese espacio acotado. Por remitirme a un ejemplo, recurro a mi experiencia vital(imagino que ya consta mi egocentrismo, particularmente manifiesto en este blog): todas las mañanas salgo despendolado para llegar a mi odiado puesto de trabajo (puto castigo divino) y me las he de tener para esquivar en la Rambla a las contemplativas hordas de guiris que acuden a la capital catalana a gozar de sus joyas arquitectónicas, de su benigno buen clima y paladear su paella revenida con sangría aguada. No cabe duda que me tocan los cojones y, siempre en silencio, me cago en su puta estampa. Con todo, soy plenamente consciente que carezco totalmente el derecho de quejarme. Cada cual lleva a cabo su actividad y, ciertamente, si no quería el mogollón que genera el turismo me tenía que haber ido a vivir a Nou Barris o, mejor aún, a La Fatarella.

El ejemplo que he puesto es banal y meramente explicativo. Pero hay otros ejemplos equivalentes de choque de actividades urbanas que son saldados con la imposición y que son de plena actualidad. Efectivamente me refiero a la cruzada del silencio que han emprendido unos cuantos sectarios. Para justificar su dictadura apelan al derecho al descanso, de una forma, todo se ha de decir, un tanto torticera. Su apelación a semejante derecho resultaría equivalente a mi apelación en el caso de los guiris al tránsito. Lo que realmente están reclamando es la imposición de las condiciones de descanso que ellos desean. Es decir, como si yo exigiera que el paso en las ramblas de buena mañana fuese rápido. Tal exigencia resulta totalmente injusta ya que son igualmente ciudadanos la gente de bien que se acuesta a las diez de la noche y desea un absoluto silencio nocturno como los maleantes que gustan de gozar de la noche para su esparcimiento. Como ya he dejado claro, vivo en un barrio de fuerte actividad nocturna y ciertamente bajo la ventana que da a mi alcoba todas las noches hay sonora jarana. Ocasionalmente me despierta el ruido y tras experimentar una insana envidia por la juerga que se montan algunos mientras yo me preparo para la tediosa jornada laboral del día siguiente, me doy media vuelta y continúo con mis ronquidos. Si algún día me cuesta más conciliar el sueño recurro a algún truquito, como ponerme musiquita relajante. Ahora, lo que no se me ocurre es clamar contra los que deambulan por la calle porque ya sabía qué tipo de actividades se desarrollaban en la zona. Si quiero edificante silencio me cambio de barrio o, si ya la cosa a niveles extremos me traslado al bucólico campirri.

Entiendo que ante la compleja diversidad de una ciudad hay que buscar la fórmula para armonizar las aspiraciones de todo colectivo al máximo, pero no cabe recurrir a la imposición y represión, sobre todo, en este caso, desde una postura revestida de tintes moralistas, estigmatizando a aquellos que no siguen la visión de la calle como un mero espacio para el tránsito. Si nos ponemos en reivindicar la limitación del ruido por cuestiones de salud pública deberíamos denunciar el tránsito, las sirenas, el camión de la basura, los aviones... y tener estas consideraciones para cualquier hora del día. Cuando yo trabajaba la noche tenía un vecino al lado que gustaba del bricolaje matutino y a las ocho de la mañana ya me martirizaba con el taladro pared con pared. Mi descanso tras una dura jornada laboral se conoce que merece menos respeto. Yo, desde luego, lo sufrí en silencio.

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