la frase del momento

"¿No es la cerveza la bebida de la sinceridad, el filtro que disuelve toda hipocresía, toda la comedia de los buenos modales, e incita a sus aficionados a orinar sin pudor y engordar con despreocupación?"

M. Kundera


sábado, 15 de diciembre de 2007

De la lectura de Gibbon

Ando gozosamente entregado a la lectura del clásico Decline and Fall of Roman Empire de Edward Gibbon. No me he podido resistir a compartir con la inmensidad de la red este preciso fragmento sobre el talante del mundo antiguo que tan instructivo es para nuestro tiempo como, sin duda, lo era para los tiempos de la ilustración del bueno de Gibbon:

Tan afable era el talante de la antigüedad que, en su adoración religiosa, las naciones se mostraban menos atentas a las diferencias que a las semejanzas. Los griegos, los romanos y los bárbaros, cuando se encontraban ante sus respectivos altares, se convencían con facilidad de que, bajo los diversos nombres y las distintas ceremonias, adoraban a las mismas deidades.

Qué decir de la obcecada necesidad de diferenciación de la que disponen gran parte de nuestros coetáneos a partir de elementos que son comprendidos como sustanciales cuando son, en el mejor de los casos, accesorios y circunstanciales. Con ellos, tratan de esconder las grandes semejanzas de los seres humanos y someter al individuo reduciéndolo en categorías inmutables que, de hecho, no son más que el mero producto de la Historia y, por ende, casuales y cambiantes. Se distorsiona, de esta manera, el principio de pluralidad, alejándolo de su matriz, la libertad, para convertirlo en reducto del tradicionalismo reaccionario.

Gibbon se refería a la religión, pero en nuestro tiempo, se le ha sumado en su función de opio del pueblo una idea totalitaria de la identidad y la cultura. Sobre esta capacidad, el erudito inglés -aunque se consideraba a sí mismo ciudadano del mundo- también nos brindó una elegante afirmación:

En cuanto a los distintos tipos de culto que prevalecían en el mundo romano, el pueblo los consideraba igualmente ciertos; el filósofo, igualmente falsos, y el magistrado, igualmente útiles, de modo que la tolerancia produjo no sólo indulgencia mutua, sino incluso concordia religiosa.

Qué decir de la intolerancia religiosa de nuestros días. En fin, seguiré con la lectura.

1 comentario:

Evil Preacher dijo...

Es una maravilla; estoy seguro de que no te resistirás a reporducir en el blog otros pasajes que te encontrarás.