De nuevo, entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Jazz y rock; Milan Kundera y Robe Iniesta
Con la elocuencia que le caracteriza, Milan Kundera nos ilumina con las siguientes palabras:
En los conciertos de jazz se aplaude. Aplaudir quiere decir: te he escuchado atentamente y ahora te manifiesto mi estima. La llamada música rock cambia la situación. Hecho importante: en los conciertos de rock no se aplaude. Sería casi un sacrilegio aplaudir y dar así a entender la distancia crítica entre el que toca y el que escucha; en ellos no se está para juzgar y apreciar, sino para entregarse a la música, para gritar junto con los músicos, para confundirse con ellos; en ellos se busca la identificación, no el placer; la efusión, no la felicidad. En ellos uno se extasía: el ritmo se marca con fuerza y regularidad, los motivos melódicos son cortos e incesantemente repetidos, no hay contrastes dinámicos, todo es fortissimo, el canto prefiere los registros más agudos y recuerda el grito. Ya no se está en los pequeños dancings en los que la música encierra a las parejas en su intimidad; ahora estamos en grandes salas, en estadios, apretados los unos contra los otros, y, cuando se baila encajonado, no hay pareja: cada uno hace sus movimientos a la vez solo y con todos. La música transforma a los individuos en un único cuerpo colectivo: hablar aquí de individualismo y hedonismo no es sino una de las automistificaciones de nuestra época, que quiere verse (como por otra parte lo quieren todas las épocas) distinta de lo que es.
Kundera, Milan: Los Testamentos Traicionados. Barcelona, editorial Tusquets, 2003, p. 99-100.
Resulta enternecedor cómo el bueno de Kundera nos transporta, a través de la cultura de masas, de una forma más o menos inconsciente, a la entrañable dicotomía típica de la cultura/civilización (por eso de evitar el peñazo y vácuo debate franco-germánico entre cultura y civilización) occidental que se sacó de la manga el soso de Aristóteles y refrescó el personajillo entrañable de Nietzsche. Desde luego, Milan atina como acostumbra en su observación. Tampoco es una reflexión precisamente original. La cuestión reside en que el ingenioso escritor se ve impelido a tan académica distinción y apenas logra disimular sus preferencias, el muy apolíneo de él.
El Honrado Consejo del Piso Franco tuvo a bien desplazarse hasta la inhóspita y salvaje ciudad de Reus para comprobar los extremos de un concierto de esa llamada música rock que nos describe Kundera a través, ya que nos ponemos, de ese grupo que se hace llamar Extremoduro que tan caro es para nosotros. Las conclusiones que sacamos de la observación participante llevada a cabo son demoledoras. No vamos a decir que el bueno de Milan no tiene ni idea (aunque nos lo pueda pedir el cuerpo serrano y se deje llevar por juicios precipitados) ya que para gustos los colores y algo hay de generacional (que mi santo padre, sin ir más lejos, se pirra por un concierto de Serrat y tampoco entiende el rock).
Con el permiso del novelista, nos permitimos considerar lo que nos ofrecen estos señores un verdadero espectáculo, no total, como dirían los modernistas, pero sí muy completo. Efectivamente, el público no resulta un mero espectador que fríamente juzga y aprueba a través del aplauso, sino que participa y se implica, siendo una parte sustancial del ambiente. No es sólo un mero placer para melómanos exigentes, es también una liturgia espectacular en la que entran múltiples elementos. De esta forma, el músico se convierte, a su vez, en un maestro de ceremonias obligado a marcar los tiempos generando empatía con el universo estético montado en torno a la banda.
En esto es un gran especialista el tal Robe Iniesta, que se ha creado un personaje, entre hombre y mito, que da significado al grupo, formando parte consustancial del universo estético de Extremoduro, íntimamente coherente en sí mismo, parte de una manifestación artística que incorpora más elementos que los meramente musicales. Es música, sí, pero también poesía, escenificación, representación y manifestación de un sentir consecuente con su tiempo.
Estamos, pues, ante una música que lleva a las emociones, que empatiza y te hace comulgar con el músico y el resto de asistentes, envolvíendo el ambiente. Entiendo perfectamente que no gusten sus conciertos, porque son absorventes y no dirigidos a catecúmenos. Son espectáculos, entrando en la dicotomía mencionada, dionisíacos. Nada que ver con la serenidad apolínea de Kundera.
Coda: Teníamos preparado un video del concierto mencionado que ilustraría convenientemente lo dicho, pero estamos pendientes de los retoques oportunos ya que el sonido está saturado y se oye fatal. Cuando esté listo, lo compartiremos con la inmensidad de la red.