dejadme llorar, orillas del mar
Dejadme llorar, orillas del mar.
No es mi acostumbrada referencia a Góngora. Quien me conoce sabe de mi debilidad por esa delicada estrofa que canta: Caído se le ha un clavel, hoy a la Aurora del seno. Qué glorioso está el heno, porque ha caído sobre él. Pero esa es otra historia.
Tengo motivos para la más desconsolada tristeza: una vieja amiga está en un incomprensible estado de stand-by, ausente, ida: mi ordenata, amigos, ha muerto. He ocupado(no sé si con K) otra estación cibernética para clamar desconsolado a las cuatro esquinas de la red mi trágica pérdida.
Dejadme llorar, orillas del mar.
Recurro a la fe del carbonero, la fe del informático, reinicio compulsivamente esperando infructuosamente respuesta... Nada.
Y vuelvo a mi letanía ahogada: Dejadme llorar, orillas del mar.
Recurro a la fe más irracional. Lanzo mis pregarias más desesperadas: lanzo mis más sentidas oraciones al cuerpo de informáticos a los que, como una cohorte de curanderos, confío con sus artes taumatúrgicas mis últimos resquicios de esperanza, para ver si con cuatro cabezas de ajo y pelos de gato en celo logran intervenir en lo inescrutable, en el misterio y en lo sant cristo de Balaguer.
Dejadme llorar, orillas del mar.
Cuando me sature de ahogar mi pena en mis lágrimas, cambiaré las orillas del mar por la barra de un bar.Única certeza que, snif, nunca falla.